Con respecto a la protección de las especies (mencionada por Lorenz) no es fácil de entender sino se profundiza un poco en las costumbres de los animales. Los humanos no seríamos capaces de abandonar a un niño enfermo recién nacido, pero los animales, en su mayoría no sienten una devoción tan enorme por su descendencia. En muchas especies, después del parto la hembra examina a su cría antes de aceptarlo. El reconocimiento que realízala madre consiste en olfatear y lamer al recién nacido.
En algunas aves también se emplea el oído para esta inspección. Este primer contacto despierta, o no los sentimientos maternales de la hembra. Si no resulta satisfactorio, se produce un rechazo total.
Una vez que la madre ha identificado a su cría, la defiende a capa y espada, a veces incluso contra los miembros de la propia familia. El hecho de que una cría sólo pueda ser criada por su madre y las demás hembras no estén dispuestas a adoptarla es –aunque pueda parecer raro- imprescindible para la conservación de las especies. Si una cría pudiese extraviarse sin más y encontrar protección y alimento en cualquier otra hembra, habría algunas madres ociosas y otras con exceso de trabajo. En tal caso, muchas crías se verían condenadas a morir.
En ocasiones, la agresividad no sólo es importante, sino que resulta vital. Pero si no se controla puede conducir al caos y exterminio. Para evitar estos extremos, la naturaleza dota a los animales de resortes de bloqueo que hacen posible la reconciliación y permiten la vuelta a la convivencia pacifica: el lobo más fuerte, que acaba de vencer a su rival, es incapaz de darle el golpe definitivo. El contrario que está en inferioridad da muestras de rendición y el vencedor acepta la paz sin ensañarse con él.
El hámster macho sólo es aceptado por su agresiva compañera cuando le manifiesta modales inequívocos de sumisión y se comporta como si todavía fuese una cría indefensa. Esta regresión al comportamiento infantil, como táctica de aproximación amorosa, es también bastante frecuente en el reino animal.
Hay otros romances animales menos agresivos, pero todos siguen un curioso ritual. En época de celo, ciertos peces provocan a la hembra luciendo sus colores más vivos y hacen los mismos movimientos que cuando se disponen a pelear con otros machos de su especie, nadando muy excitados a su alrededor y golpeándole el costado con la cola. Al poco tiempo la hembra, si ha sido conquistada, repliega sus aletas para indicar que acepta la cópula, una vez de acuerdo ambos se dedican a buscar un lugar adecuado para instalar su alcoba. Cuando lo encuentran, el macho se encarga de excavar un pequeño hoyo donde la hembra hará su puesta y él fecundará los huevos depositados.
En la mayoría de las aves, sólo se puede realizar la cópula si la hembra está dispuesta. El gallo, por ejemplo, puede cacarear hasta quedarse afónico y presumir cuando quiera: si la gallina no lo desea, no podrá cubrirla. Sólo los anátidos machos, entre los que se encuentran los patos y los cisnes, tienen menos complicaciones.
Fuente Revista Muy Interesante
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