sábado, 10 de julio de 2010

Los animales también se quieren (Parte 4)


Hay machos que también les realizan obsequios a las hembras elegidas. Se trata, en realidad de una astucia del macho para aplacar la agresividad de su amada. El martín pescador conquista a su amada con un pescado exquisito, el pelicano sorprende a su novia con una piedra. En algunas clases de arañas, el pequeño macho le da a su prometida (mucho más grande y peligrosa que él) un insecto cuidadosamente preparado. Mientras las hembra está ocupada en desenvolverá su regalo de compromiso el macho aprovecha para fecundarla.

Las arañas que no se alimentan de animales realmente no necesitan regalo, y con ellas la integridad del macho no correría peligro. Pero aun así, los novios se presentan siempre con el paquetito, quizá para hacer honor a la tradición de la especie.

En muchos animales invertebrados (moscas, cangrejos, pulpos) y en prácticamente todos los vertebrados, la seducción exige que los machos auténticos esfuerzos de imaginación: cantos, plumajes, adornos, olores, posturas inverosímiles. Todo un ritual de seducción a desplegar durante el período de celo. Con el común denominador de que siempre es el macho quien solicita los favores de la hembra hasta conseguir que ésta acepte sus requiebros.

En algunas especies –los anfibios, por ejemplo- la conquista resulta más fácil: el cortejo se basa en un croar especial del macho que invita a la rana a la cópula. Si ella, con un canto recíproco, le da a entender que está dispuesta el noviazgo tendrá posibilidad.

Todas las actividades que componen la ceremonia nupcial y el apareamiento están reguladas por los genes. Bailes y posturas, vestimentas llamativas y perfumes exóticos… armas todas que la naturaleza ha inventado para llamar la atención. Pero estos rituales románticos no siempre consiguen su objetivo. A veces, el compañero elegido le sobre adrenalina antes de poder dedicarse al amor. Y si no tiene ningún rival a mano, se peleará con su pareja. En definitiva, la agresividad no es más que una forma de miedo, miedo a ser aniquilado por el otro.

El pánico que impulsa a huir a un animal desaparece cuando se siente acorralado, y da paso a una rabia tremenda que le hace atacar a su perseguidor, aunque éste sea muy superior en fuerza y tamañoEs sorprendente comprobar hasta qué punto la forma de vida de las diferentes especies depende del grado de agresividad de sus miembros, si machos y hembras son pacíficos, formaran colonias; si sólo es agresivo el macho, harenes; si ambos lo son, su convivencia se desarrollará por los cauces de la pareja, formando uniones monogámicas.

Fuente Revista Muy Interesante

Los animales también se quieren (Parte 3)


Con respecto a la protección de las especies (mencionada por Lorenz) no es fácil de entender sino se profundiza un poco en las costumbres de los animales. Los humanos no seríamos capaces de abandonar a un niño enfermo recién nacido, pero los animales, en su mayoría no sienten una devoción tan enorme por su descendencia. En muchas especies, después del parto la hembra examina a su cría antes de aceptarlo. El reconocimiento que realízala madre consiste en olfatear y lamer al recién nacido.

En algunas aves también se emplea el oído para esta inspección. Este primer contacto despierta, o no los sentimientos maternales de la hembra. Si no resulta satisfactorio, se produce un rechazo total.

Una vez que la madre ha identificado a su cría, la defiende a capa y espada, a veces incluso contra los miembros de la propia familia. El hecho de que una cría sólo pueda ser criada por su madre y las demás hembras no estén dispuestas a adoptarla es –aunque pueda parecer raro- imprescindible para la conservación de las especies. Si una cría pudiese extraviarse sin más y encontrar protección y alimento en cualquier otra hembra, habría algunas madres ociosas y otras con exceso de trabajo. En tal caso, muchas crías se verían condenadas a morir.

En ocasiones, la agresividad no sólo es importante, sino que resulta vital. Pero si no se controla puede conducir al caos y exterminio. Para evitar estos extremos, la naturaleza dota a los animales de resortes de bloqueo que hacen posible la reconciliación y permiten la vuelta a la convivencia pacifica: el lobo más fuerte, que acaba de vencer a su rival, es incapaz de darle el golpe definitivo. El contrario que está en inferioridad da muestras de rendición y el vencedor acepta la paz sin ensañarse con él.

El hámster macho sólo es aceptado por su agresiva compañera cuando le manifiesta modales inequívocos de sumisión y se comporta como si todavía fuese una cría indefensa. Esta regresión al comportamiento infantil, como táctica de aproximación amorosa, es también bastante frecuente en el reino animal.

Hay otros romances animales menos agresivos, pero todos siguen un curioso ritual. En época de celo, ciertos peces provocan a la hembra luciendo sus colores más vivos y hacen los mismos movimientos que cuando se disponen a pelear con otros machos de su especie, nadando muy excitados a su alrededor y golpeándole el costado con la cola. Al poco tiempo la hembra, si ha sido conquistada, repliega sus aletas para indicar que acepta la cópula, una vez de acuerdo ambos se dedican a buscar un lugar adecuado para instalar su alcoba. Cuando lo encuentran, el macho se encarga de excavar un pequeño hoyo donde la hembra hará su puesta y él fecundará los huevos depositados.

En la mayoría de las aves, sólo se puede realizar la cópula si la hembra está dispuesta. El gallo, por ejemplo, puede cacarear hasta quedarse afónico y presumir cuando quiera: si la gallina no lo desea, no podrá cubrirla. Sólo los anátidos machos, entre los que se encuentran los patos y los cisnes, tienen menos complicaciones.

Fuente Revista Muy Interesante

Los animales también se quieren (Parte 2)


Hay un pariente del saltamontes –de la familia de los mántidos- que sólo se puede reproducir después de que la hembra le arranque la cabeza al macho. Literalmente, de raíz. Esta costumbre criminal de la novia mantis se debe a que el macho tiene en la cabeza un centro nervioso que bloquea su instinto de procreación. La cópula sólo llegará a producirse cuando ese centro sea eliminado. Un certero tajo de mandíbula y asunto concluído.

Un final parecido tendría los romances entre arañas si no fuese porque el macho toma la precaución de sujetar a la hembra entre sus patas. Otras especies de arácnidos distraen la atención de sus irascibles esposas con un suculento regalo (que ya te contaremos).

Pero… ¿por qué tanta agresividad? Al hablar de agresividad conviene diferenciar entre la violencia que enfrenta a animales de diferentes especies y la que experimentan mutuamente dos bichos de la misma especie. La primera forma de violencia es fácilmente comprensible, porque obedece a razones de supervivencia. Más difícil de entender es el segundo tipo de hostilidad, sin un sentido lógico aparente.

El conocido biólogo australiano Honrad Lorenz atribuye tres importantes funciones a esta agresividad en el seno de la misma especie: protección de territorio, selección natural, protección de las crías.

Y dice Lorenz: “En una zona determinada en la que vivan muchos animales de una misma especie, es posible que se produzca escasez de alimentos. La protección del territorio propio evitará el peligro de carestía”.

Un ejemplo: el zorro es un animal que vive de la caza y que se ve obligado a acotar y defender a muerte su parcela para evitar que los intrusos le roben el pan. El ejemplo contrario es la jirafa que está acostumbrada a desplazarse constantemente en busca de alimento y, por lo tanto, no necesitan defender un territorio específico.

Entre este segundo tipo de animales puede presentarse la otra clase de agresividad apuntada por Lorenz, la de selección. Los ñus machos, por ejemplo, conviven pacíficamente en manadas hasta que llega la época de apareamiento. Se establece entonces una lucha feroz entre los machos y cada uno marca su territorio: se apareará con las hembras que encuentre en él. Pero antes habrá de defenderlo de los otros machos. El que resulte derrotado, perderá su territorio e incluso su potencia sexual. Otras especies que viven en manadas no llegan a delimitar su territorio, pero mantienen las peleas entre los machos. Las hembras sólo podrán ser cubiertas por el vencedor.


Los perdedores no tienen derecho a intervenir en la reproducción.
De esta forma la naturaleza se asegura de que sólo los más fuertes se encarguen de perpetuar la especie. La selección natural proporciona siempre una descendencia óptima.

Fuente Revista Muy Interesante

Los animales también se quieren (Parte 1)


En la mayoróa de los animales, los comportamientos amorosos combinan un extraño ritual de agresividad y ternura. La naturaleza, como todos sabemos, es sabia y tiene sus trucos para perpetuarse.

El amor y el odio están separados por un límite muy delgado. En el reino animal esto es casi una ley. Cualquiera que haya tenido la extraña oportunidad de presenciar los escarceos amorosos de dos rinocerontes podrá confirmar lo que estoy diciendo. Estos gigantes de casi dos toneladas chocan entre sí una y otra vez en encontronazos de una violencia tremenda, con maneras más propias de un ring de boxeo que de una ceremonia de bodas. Hasta que no se liberen de su agresividad, a través de embestidas y duros golpes, no mostrarán buenos modales y mucho menos enamorados.

Otro ejemplo de ello es la fogosidad amorosa de los tigres de Bengala. La ceremonia nupcial de estos felinos se inicia con una exhibición mutua de sus colmillos acompañados de tremendos rugidos y zarpazos que no son de broma. Luego de este breve pero intenso encontronazo, la hembra se tranquiliza y permite que el macho la monte. Pero una vez concluida esta situación amorosa tendrá que huir rápidamente porque, no se la causa, en su compañera van a aparecer unas extrañas ganas de matarlo.

En fin, a pesar de este humor cambiante de la tigresa, entre ella y su compañero se mantendrá a partir de ese entonces una relación duradera con sucesivos encuentros como el que te contamos.
Por supuesto que no todos los mamíferos muestran la misma ambigüedad entre ternura y violencia. Y esta antinomia tampoco es exclusiva de los mamíferos. Por ejemplo, el Sula bassana o alcatraz común (un ave marina pariente del pelicano) se ha hecho famoso por sus combates nupciales a picotazo limpio.

El apareamiento entre estos animales tiene un preámbulo muy poco romántico: todos los días, el macho le propina una gran paliza a la hembra, que se la deja dar resignada. Lo curioso es que la hembra no es menos fuerte que el macho, pero si se resistiese nunca llegaría a producirse el encuentro amoroso, o el macho se limitaría a buscar una compañera más sacrificada. Las hembras de alcatraz saben por instinto que con el tiempo, estos palos se convertirán en mimos.

Fuente Revista Muy Interesante

El Manifiesto Ambiental de Noah Sealth (merece la pena...)

Recomiendo leer esta entrada: http://blogdeochoa.blogspot.com/2010/07/el-manifiesto-ambiental-de-noah-sealth.html

Saludos, 8a.